Decía Platón que los
políticos, gobernantes de la “Polis” griega, deben ser los mejores entre los
ciudadanos y además, dejar de atender los negocios propios para pasar a atender
los negocios públicos.
Pero la atención de los asuntos
públicos, dejando de lado los asuntos privados, puede conducir a la situación
en que se halló el Presidente de Gobierno Ríos Rosas, cuando en su lecho de
muerte, dijo a un amigo íntimo: “Te encomiendo a mi mujer y a mi hija. Todo lo
que tengo son cinco duros en esa mesilla de noche”.
Las noticias recientes de
muchos políticos que se han preocupado de sus negocios particulares, a costa de
los negocios públicos, y la certeza de que entre ellos no están los mejores
ciudadanos, nos hace pensar que algo está fallando entre nosotros.
Una máxima certera nos dice:
“Los funcionarios públicos, pocos, buenos y bien pagados”. Extendiendo esa
máxima a los políticos, diremos “Los políticos, muy pocos, muy buenos y muy
bien pagados”.
Si Platón decía que deben
ser los mejores, eso coincide con la afirmación de que deben serlo, en lo moral,
en lo intelectual y en carácter. Si deben ser así,
forzosamente no habrá un gran número de ellos, por lo que su número debe
restringirse al mínimo y sin que se confunda la tarea del funcionario público
con la del político. Ambas categorías tienen sus
atributos y cualidades específicas que no coinciden o no tienen por qué
coincidir. Es por ello un grave error y una falta moral extender las
designaciones políticas partidistas entre los niveles más altos de
funcionarios, para favorecer a los correligionarios y el clientelismo. Un
ejemplo próximo, Francia, nos muestra la utilidad de que hasta el Prefecto sea
un funcionario de carrera, que no se designa por el arbitrio político del momento.
Si queremos que sean los
mejores, no podemos esperar que su trabajo lo hagan por nada. Ese trabajo
gratuito solo lo podrían hacer los millonarios y los que, por herencia, tiene
la vida resuelta y no habría una verdadera igualdad de oportunidades y en
consecuencia, no se aseguraría la elección de los mejores. Si queremos que un
Presidente de Gobierno o Ministro se vean en igualdad en la gestión pública,
frente a un Presidente de empresa, que gana 3, 5 o 7 millones de euros al año,
no podemos asignarles un sueldo de 90.000 euros.
Por ahora eso se resuelve
mediante la continuidad en la atención del negocio privado, Registrador de la
Propiedad, aunque sea a través de un colega, pero recibiendo el 50% de los
ingresos netos. En definitiva, no hay dedicación completa y exclusiva a los
negocios públicos y eso se da en todos los niveles políticos.
¿Cómo se soluciona eso?
Subiendo los sueldos del
Presidente de Gobierno y de los Ministros hasta los niveles de los ejecutivos
de la empresa privada, con sometimiento
a la exacción fiscal correspondiente por parte de Hacienda.
Si alguien se asusta
pensando en el excesivo coste que ello puede representar, hay que volver a
recordar lo dicho antes: “Políticos, muy pocos”. Es decir que no hay que
preocuparse tanto de los sueldos individuales, como del NÚMERO de políticos,
que hoy día en España es verdaderamente excesivo. Solamente así podremos
ofrecer a los mejores un atractivo suficiente para poder dejar los negocios
propios y atender en exclusiva los negocios públicos. Si los mejores nos
gobiernan, la inversión se recupera, y la Sociedad se ve favorecida con los
óptimos resultados de un buen gobierno. Un primer paso consiste en
incluir en ese sueldo, las dietas, gastos de representación y otras gabelas
variopintas que existen, no se conocen por la ciudadanía y que tampoco se
controlan.
Sin olvidar que el afán de
servicio a los demás y la honorabilidad que la función produce, ser primeros en
el protocolo, invitaciones a los actos públicos, etc, contribuyen a una
remuneración en especie, sin que por tanto haya que alcanzarse una paridad
exacta con el sector privado.
Debe de controlarse la
elección de esos políticos, en la fase de candidatos, por los propios partidos
políticos, mediante la transparencia y la democracia internas, exigida por la
Constitución para comprobar que cumplen con los requisitos exigidos.
Y deben ser fiscalizados cuando ya son elegidos,
mediante las leyes existentes y su aplicación por los órganos previstos,
formados por funcionarios, jueces, fiscales, inspectores, a cubierto de
esos mismos políticos. No obstante no es
tan importante el control como la transparencia, de modo que todos sus actos estén visibles a los ojos de los ciudadanos.
Por último, los políticos no
deben ser funcionarios, porque la imparcialidad del funcionario se pierde al
adoptar una posición partidista. Si por alguna razón un funcionario da el paso
a la política partidista, lo debe hacer sabiendo que no podrá volver a serlo.
La experiencia nos muestra como un funcionario al volver a su puesto después de
una etapa de posicionamiento político público, no es capaz de actuar con equidad y sin favoritismos. En
la actualidad la mayor parte de Diputados en el Congreso provienen del
funcionariado público...